En esta reflexión, no quiero mostrar que esté indignado, aunque seguramente pueda parecerlo. El pasado 13 de enero de 2016, se inauguró la XI Legislatura en las Cortes Generales, (es decir la llamada Cámara Baja o Congreso de los Diputados y la Cámara Alta o Senado), aconteciendo hechos que han desatado ríos de tinta.
De verdad, no estoy indignado por todas las frases que se dijeron en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, ni de las muecas de algunas miradas con cierta sorpresa o en algunos casos con estupefacción, de los que veían pasar o estaban a su lado.
No me refiero a cómo juraron los cargos sus señorías, o cómo paseaba una diputada a su bebé en brazos, no. No me refiero a cómo un diputado mostraba sus rastas, no. No me refiero a cómo otro mostraba su coleta de pelo lustrosa, no.
No me refiero a que algunos diputados lucían sus trajes, corbatas de marca, no. No me refiero a que también algunas diputadas lucían sus trajes y collares y demás enseñas de marca, todas muy respetables, no.
Quiero referirme a que tuve la sensación, por fin, que en el Parlamento estaban representadas las gentes que habíamos votado, todas las personas que pudimos y quisimos hacerlo el 20-D.
Quiero referirme a que yo seguía viendo a diputados que se aferraban a su sillón como si les perteneciera de por vida y que alguno no renunció a su acta para poder seguir aforado para poder tener una justicia, que no es igual para todos.
Quiero expresar, que precisamente el Parlamento es un espacio en donde tiene que estar representado el pueblo soberano, pues de eso trata la institución parlamentaria.
Quiero, de una vez por todas, que, dentro de un respeto mutuo, podamos los ciudadanos expresarnos con las personas que hemos elegido, lo que hemos querido votar, eso es lo que quiero.
Pues eso Javier, como tú dices que, el Parlamento es el reflejo de la sociedad, de lo que los ciudadanos hemos elegido, sin más.
ResponderBorrarUn abrazo.
Amigo Vicente, eso creo.
ResponderBorrarUn abrazo